P. Chava, SVD |
Éxodo 32,7-11.13-14; Salmo 50; Timoteo 1,12-17; Lucas 15,1-32
Domingo, 11 de septiembre de 2016
Somos pecadores perdonados, porque todas las personas somos débiles por naturaleza en el nuestras
debilidades humanas: nuestras tendencias y vicios que nos pervierten y alejan de
Dios, y de su buen camino a la vida eterna. Por eso Dios usa su tiempo y energías
para salvarnos de nuestra autodestrucción por el pecado.
En el libro de Éxodo, vemos el dilema que
tiene Yahvé con su pueblo escogido, que volvió a la idolatría por su falta de
fe en el desierto; Moisés intercede ante Dios y le hace recordar el juramento
que le hizo a Abram, que de sus descendientes formaría un gran pueblo más
grande y basto como las estrellas del cielo y las arenas del mar, y con este
recordatorio Moisés consigue apaciguar la ira del Señor. Por eso podemos
confiar en la misericordia de Dios como dice el salmo 50: “Me pondré en camino
adonde está mi padre”.
P. Chava, SVD |
En la carta de Timoteo, San Pablo habla de su
conversión y llamado del Señor, para ser ministro de su gracia, porque Dios
tuvo misericordia de Pablo y lo hizo su ministro entre los gentiles, poniéndolo
a él como ejemplo de conversión delante de los hombres y mujeres pecadoras; Pablo
recibió el perdón de sus pecados y se convirtió fiel discípulo del Señor para
la gloria de Dios.
En el evangelio de Lucas, Jesús no habla de
la misericordia de Dios con tres parábolas: la oveja perdida, la moneda extraviada,
y el hijo pródigo. En los tres casos nos
habla de pérdida, búsqueda y encuentro con gran alegría: haciendo
referencia directa a las personas extraviadas y perdidas por el mal camino del
pecado y negación de Dios. Sin embargo Dios hace lo imposible para buscarlos,
encontrarlos, curarlos de sus heridas, y mostrar la alegría del recuentro con
una gran fiesta que hasta los ángeles de cielo se alegran por un pecador
arrepentido que por cien justos que no necesitan arrepentirse.
P. Chava, SVD |
El Señor nos dio la vida, por eso nos ama
tanto, que cada uno de sus hijos vale tanto como cien de ellos. Por eso su
dolor es grande cuando se pierde uno de ellos, y hace una gran fiesta en el
cielo por cada hijo recuperado de sus vicios; de sus pecados; de su pérdida de
sentido por la vida. Dios perdona nuestros pecados; sálvanos de nuestros
egoísmos que nos estrangulan y asfixian; que no nos dejan vivir libres y en paz;
que nos alejan de tu amor incondicional. Señor tú eres amor y eres
misericordioso, por eso Señor te amamos por el mucho amor que nos das.
P. Chava,
SVD: Misionero del Verbo Divino, Vicario de la Parroquia Nuestra Señora de
Altagracia, Diócesis de Madrid, España.
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