Deuteronomio 8,2-3.14b-16a; Salmo 147; 1 Corintios 10,16-17; Juan 6,51-58
14 de junio de 2020
P. Chava, SVD |
En la primera lectura el libro del Deuteronomio,
nos hace recordar lo que hizo Dios, el Señor de los ejércitos, con su pueblo
escogido, cómo los liberó de la de la esclavitud de Egipto. Además de
auxiliarles en el medio de la desgracia de vivir en el desierto, Dios salva al
pueblo de morir: “de hambre y de sed”, dándoles el Maná que viene del cielo y
el agua que surge de entre las piedras. Dios es nuestro auxilio y fortaleza, en
todo momento. Por eso cantemos las maravillas de Dios con el Salmo 147: “Glorifica
al Señor, Jerusalén”.
P. Chava, SVD |
En el Evangelio, Jesús nos dice una gran verdad, que Él nos da vida eterna;
además de estar nos unimos a Él y al Padre; cuando comulgamos su cuerpo en la
fracción del pan, y bebemos su sangre en el vino, consagrado. Surge así la vocación
del Sacerdote, que consagra las especias del pan y el vino, y por medio de la eplíquesis
donde se invoca al Espíritu Santo, se logra la transustanciación, por medio del
rito consagración durante la misa, el Sacerdote transforma las especias, del
pan y el vino, en el verdadero Cuerpo y Sangre, de Jesús, para así alimentar espiritualmente
a la comunidad cristiana y al mismo tiempo darnos vida en plenitud y vida eterna.
P. Chava, SVD |
P. Chava,
SVD: Misionero del Verbo Divino, Párroco in solidum de las unidades
pastorales en Villatuerta, Oteiza, Noveleta, Grocin y Murillo, en Navarra,
Diócesis de Pamplona, España.
No hay comentarios:
Publicar un comentario