Domingo de Ramos, Ciclo A
Isaías 50,4-7; Salmo 21; Filipenses 2,6-11; Mateo 26,14–27,66
5 de abril de 2020
Isaías 50,4-7; Salmo 21; Filipenses 2,6-11; Mateo 26,14–27,66
5 de abril de 2020
P. Chava, SVD |
Morir por amor,
es la muerte que sabe a miel, pues Jesús siendo Hijo de Dios, no quería morir, lo muestra su agonía
psicológica y su sudor con sangre en el huerto de los Olivos (Lc 22,44), pero
el designio de Dios indica que tenía que ser de esa forma como tenía que
padecer en la cruz para salvarnos, por eso Jesús dice a Dios: "Padre, si
quieres, aparta de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la
tuya" (Lc 22,41-42), y sin más acepta el servir a Dios hasta sus
últimas consecuencias.
En la primera
lectura Isaías, narra la pasión del siervo de Dios y que sufre en el exilio del
pueblo de Israel en Babilonia; Lo que llama la atención que el siervo de Dios
sufre sin oposición, sin gemidos, con aceptación al dolor y la tortura, para
mostrar el poder de Dios, porque Dios ayuda sus elegidos, es decir, el Señor lo
ayudó, por eso no sentía los ultrajes. Si el Señor esta de nuestra parte a
¿quién temeré?, pues en mi debilidad Dios me fortalece. Sin embrago hay muchos
que sufren y claman al Señor: Salmo 21 ”Dios mío, Dios mío, ¿por qué me
has abandonado?
En la carta a los Filipenses, san Pablo nos
hace teología, descubre las dos naturalezas de Jesús, es decir, la humana y la
divina; además nos señala la soteriología de Dios, es decir, el plan salvífico
de Dios que implemento para salvar al ser humano de su autodestrucción. Y la
salvación sólo pudo llegar a su plenitud con la encarnación de Jesús y la
transmisión de su mensaje de salvación complementado con el legado que nos dejó
para vivir y celebrar hasta el final de los tiempos como son los sacramentos
que administra la Iglesia y con la implantación del Reino de Dios y su justicia
en nuestra realidad aquí y ahora.
P. Chava, SVD |
En el evangelio
según san Mateo, tenemos la síntesis de la pasión de Jesús, es el clímax de los
evangelios, pues es la parte vital del texto donde se revela sin tapujos la
identidad de Jesús, y su finalidad de porque llamó, enseñó, organizó y preparó
a sus discípulos, escogió a doce de los que Dios le envío, vivió con ellos por
lo menos unos tres años. “Ha llegado su hora”, Jesús en la última cena nos deja
sus sacramentos que da la “impronta y ser” de la Iglesia, la
eucarística, la orden sacerdotal, el perdón de los pecados por la gracia de
Dios, el llamado al servicio y el amarnos unos a otros con signo visible del
amor de Dios en la tierra; los discípulos después de la pasión de Cristo,
serán su memoria viviente, de este hombre y Dios en un sola persona; de este
Mesías; de este rey ánimo.
El texto de la
pasión de Cristo narra el drama que padece Jesús por parte de sus discípulos,
la traición y negación de sus discípulos de alta confianza: Judas el ecónomo de
la comunidad y Pedro el segundo líder del grupo; la incomprensión del mismo
pueblo de Dios que se corrompe y le condena a la pena capital de la cruz. Por
otra parte, los líderes religiosos y políticos sacan ganancias con la muerte de
Jesús: una paz aparente y una estabilidad económica, religiosa y política.
Solo los incondicionales (mujeres y algunos seguidores) y sin nada que
perder más que la propia vida, siguen a Jesús hasta la cruz y después de su
muerte hasta la tumba.
Jesús muere en la
cruz, él muere humillado, torturado y sin clemencia, muere un inocente en la
cruz, muere nuestro Dios y hermano, muere con él nuestra inocencia y parte de
nuestra humanidad; pues la causa de muerte fue el odio y la incomprensión de
quien era de verdad Jesús; tras su muerte de Cristo, la cruz se convierte en el
signo más visible del amor de Dios, pues tanto amo al mundo que envió su único
Hijo amado para salvarnos, tanto nos amó Dios que nos entrega a su propio Hijo
(Juan 3,16). Por eso en Semana Santa hacemos memoria de este amor de Dios hacia
el hombre, de un Hijo que ama tanto a Dios y a la humanidad que da su propia
vida para salvarnos.
P. Chava, SVD |
P. Chava, SVD: Misionero del Verbo Divino, Párroco in solidum de
las unidades pastorales en Villatuerta, Oteiza,
Noveleta, Grocin y Murillo,
en Navarra, Diócesis de Pamplona, España.
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