P. Chava, SVD |
Isaías 50,4-7; Salmo 21; Filipenses 2,6-11; Mateo 26,14–27,66
Domingo, 9 de abril de 2017
Morir por
amor, es la muerte que sabe a miel, pues Jesús siendo Hijo de
Dios, no quería morir, lo muestra su agonía psicológica y su sudor con sangre
en el huerto de los Olivos (Lc 22,44), pero
el designio de Dios indica que tenía que ser de esa forma como tenía que padecer
en la cruz para salvarnos, por eso Jesús dice a Dios: "Padre, si quieres, aparta de mí
este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya" (Lc 22,41-42), y sin
más acepta el servir a Dios hasta sus últimas consecuencias.
En la primera lectura Isaías, narra la pasión del
siervo de Dios y que sufre en el exilio del pueblo de Israel en Babilonia; Lo
que llama la atención que el siervo de Dios sufre sin oposición, sin gemidos,
con aceptación al dolor y la tortura, para mostrar el poder de Dios, porque
Dios ayuda sus elegidos, es decir, el Señor lo ayudó, por eso no sentía los
ultrajes. Si el Señor esta de nuestra parte a ¿quién temeré?, pues en mi
debilidad Dios me fortalece. Sin embrago hay muchos que sufren y claman al
Señor: Salmo 21 ”Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has abandonado?
P. Chava, SVD |
En la carta a los Filipenses, san Pablo nos hace teología,
descubre las dos naturalezas de Jesús, es decir, la humana y la divina; además
nos señala la soteriología de Dios, es decir, el plan salvífico de Dios que
implemento para salvar al ser humano de su autodestrucción. Y la salvación sólo
pudo llegar a su plenitud con la encarnación de Jesús y la transmisión de su
mensaje de salvación complementado con el legado que nos dejó para vivir y
celebrar hasta el final de los tiempos como son los sacramentos que administra
la Iglesia y con la implantación del Reino de Dios y su justicia en nuestra
realidad aquí y ahora.
P. Chava, SVD |
P. Chava, SVD |
Jesús muere en la cruz, él muere humillado, torturado
y sin clemencia, muere un inocente en la cruz, muere nuestro Dios y hermano,
muere con él nuestra inocencia y parte de nuestra humanidad; pues la causa de
muerte fue el odio y la incomprensión de quien era de verdad Jesús; tras su
muerte de Cristo, la cruz se convierte en el signo más visible del amor de
Dios, pues tanto amo al mundo que envió su único Hijo amado para salvarnos,
tanto nos amo Dios que nos entrega a su propio Hijo (Juan 3,16). Por eso en
Semana Santa hacemos memoria de este amor de Dios hacia el hombre, de un Hijo
que ama tanto a Dios y a la humanidad que da su propia vida para salvarnos.
P. Chava, SVD |
P. Chava, SVD: Misionero del Verbo
Divino, Vicario de la Parroquia Nuestra Señora de Altagracia, Diócesis de
Madrid, España.
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